El mejor partido de fútbol del mundo

Ayer tuve la oportunidad de ver el mejor partido de fútbol del mundo. Y no, no fue un juego de la Champions League, ni del Madrid, ni del Barcelona. Fue un partido de fútbol del equipo de mi hijo, de 4 años.

La escena fue épica. 18 niños, uniformados y equipados, emocionados al máximo, corriendo detrás del balón todos sin mucho orden. Poca noción de las reglas, un balón que sale por la banda y aún es perseguido por todos, un tiro de esquina que tiene poco orden en cuanto a la ubicación de los atacantes y defensores, un arranque a velocidad en la dirección incorrecta, en fin.

Mientras todo esto sucede en la cancha, al fondo tenemos los gritos de Mamás y Papás por igual, con ochocientas instrucciones distintas e inentendibles para ellos, mientras los entrenadores tratan de encausar el equipo, atendiendo situaciones poco comunes en el deporte: ¡Salte de la portería! ¡Levántate del piso! ¡Para el otro lado! ¡No nos acostamos! ¡Al balón!

Hay algunos en la banca esperando su triunfal entrada, y mientras los Papás se desesperan y anhelan el cambio, los niños en la banca se divierten como nunca, sentados, dando la espalda al campo, divirtiéndose con sus amigos.

Llega el medio tiempo y todos corren hacia sus bancas, donde Mamás y Papás llevan agua y jugos para la sed, dan apoyo moral, echan porras, y corrigen en la misma línea que el entrenador: “No es hora para jugar con nuestras sombras” “Atención al balón” “Dénsela a fulano” (es como nuestro Messi).

Reinicia el juego, cambian de cancha, y sucede lo inevitable: Cae el primer gol. Y aquí es donde la magia se multiplica. Celebran por igual quienes anotaron y a quienes les encajaron el gol. Se me pone la piel chinita. Brincan, gritan, se abrazan. No importa nada. Hubo gol.

Después de combatir la confusión, el entrenador trata, debo reconocer que con la mayor paciencia que he visto, de reacomodar a sus pupilos, y enfocarlos nuevamente.

El juego sigue su camino, y de pronto… ¡el empate! Otra vez un momento mágico. Todos festejan, se abrazan como si hubiera sido el gol en tiempo de compensación para ganar La Champions. Se termina el partido, y me alegro muchísimo. No puedo dejar de pensar como adulto, que, en el fondo, que bueno que no perdieron, pero la realidad es que a ellos poco o nada les importa.

Ambos entrenadores forman a los equipos, y los invitan a felicitarse y darse la mano. Y los niños lo hacen, felices, sonriendo, viendo quien da la mejor palmada al rival, que, en realidad, de rival tiene poco. Es otro niño con el que compartió 40 minutos de juego y diversión.

Los niños y sus entrenadores me dejaron  lecciones muy relevantes que quiero compartir con ustedes:

1. Busca un mentor

Mi total admiración y respeto para ambos entrenadores. Trabajan con pasión, paciencia y un enorme cariño, teniendo en cuenta el desarrollo y beneficio de los niños. En la vida profesional, tener un mentor así, es muy importante. El mentor es aquella persona con más experiencia que nosotros, que ha pasado muchas cosas que nosotros viviremos, y quien nos ayuda de manera desinteresada. Además de mi Padre, tengo el honor de tener 2 grandes mentores en mi vida, uno que me ha acompañado prácticamente desde que empecé mi carrera, que ahora incluso vive en otro país, y otro, extranjero, pero prácticamente mexicano ya, con quien he compartido durante los últimos 4 años un camino increíble. Sin la presencia de ambos, probablemente hoy no sería quien soy, además de que estaría lejos de conocer mi propósito.

2. Desarrolla tolerancia a la frustración y gentileza propia ante los errores

Cuando les anotaron el gol, hasta festejaron. Cuando entendieron que era en contra, fue casi inmediata la reacción que los hizo que se pusieron a jugar nuevamente, buscando el empate. Jamás recriminaron a quién falló en la jugada, y el jugador que se equivocó, no se lamentó ni se puso triste. A lo que sigue. La vida es una serie de problemas interminables y estamos aquí para solucionarlos. No nos gusta cuando algo no sale bien, pero toca aguantar, entender y seguir. Y lo más importante, somos el juez más duro e implacable de nosotros mismos. Sin renunciar jamás a nuestra responsabilidad, practiquemos ser menos duros con nosotros, y ¡EQUIVOQUÉMONOS! El error es fuente de aprendizaje y crecimiento.

3. Establece y, sobre todo, procura tu red de apoyo

Las Mamás y Papás no pararon de apoyar, aplaudir, gritar y festejar. Cambian sus agendas para estar a tiempo en el partido, sin importar que hay otras cosas que pueden parecer más importantes. Llevan aguas, diseñan los uniformes, los mandan a hacer, apapachan a los niños. Están los hermanos y hermanas, se aburren y se van a otro sitio a jugar un rato, pero regresan para felicitar y gritar. Esto es básico en nuestra vida adulta. Ya sea la familia, o los amigos, tener un grupo de gente que nos quiere, nos procura, pero, sobre todo, nos apoya, es fundamental. Están ahí para nosotros de distintas formas, para hablar, salir a comer, hacer ejercicio juntos, o simplemente pasar tiempo, busquemos, procuremos y queramos a nuestra gente, nuestra familia, nuestros amigos.

4. Celebra y disfruta

La felicidad ante el gol fue brutal. Gritos, risas, abrazos, creo que hasta uno de los niños terminó en el piso de la emoción. En ese momento no había nada más. Solo el gol. El momento, el equipo, el abrazo. Es importantísimo que celebremos las pequeñas victorias. La risa, dicen, todo lo cura. Es increíble la cantidad de oportunidades que dejamos pasar para disfrutar y celebrar, aunque sean los pequeños triunfos del día. Ese café recién hecho por la mañana, ese chiste que nos arranca una carcajada, los veinte pesos que encontré en el pantalón, el haberle ganado al tráfico, el dolor en el abdomen por haber hecho una buena rutina de ejercicio, la reunión que salió bien, ese taquito que supo tan rico. En fin. Oportunidades sobran. Acostumbrémonos a celebrar y disfrutar más, seamos conscientes del presente y el momento que se va muy rápido.

5. Que no te importen las expectativas de nadie, solo las tuyas.

Los niños no jugaban ayer para cumplir las expectativas de nadie más. Mamás y Papás por igual queríamos que nuestros hijos ganaran (si, todos queríamos) pero los niños solamente querían jugar. Las expectativas eran SUYAS, de nadie más. Muchas veces, en nuestra vida adulta, hemos ido cayendo en el tema de cumplir las expectativas de los demás, y esto conlleva el riesgo de volvernos tremendamente infelices, y acelerar el camino a la frustración y a la depresión. Además, nos preocupamos mucho de ¿qué van a pensar? Y la realidad es: No me importa. Nuestro propósito y el saber que nos hace felices puede quitarnos por completo ese yugo de ceder el control a los demás. Cumple tus expectativas, y vuélvete tremendamente feliz en el proceso, y lo importante, que tus expectativas no afecten ni vayan en detrimento de las de los demás.

Estoy muy agradecido con los 18 pequeños guerreros, que ayer, me dieron algunas de las lecciones más importantes de mi vida. Y lo hicieron mientras disfrutaban al máximo de 40 minutos del peor fútbol (técnicamente hablando) del mundo, pero del mejor partido que he visto en mi vida.

P.D. Felicidades Güero, eres el mejor defensa central del mundo. Prometo hacer mi mejor esfuerzo para no convertirme en ese Papá que ahoga, presiona, y quita la inocencia y felicidad del amor más puro al deporte (sin importar cual decidas elegir). Te quiero.

Papá.

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